Supongo que este estado de nervios es normal en todos, pero no puedo evitar mirar una y otra vez a mis compañeros: están todos muy elegantes y no puedo impedir que la emoción me invada. Sé que estoy viviendo un momento mágico... histórico. Casi todos llevamos a modo de amuleto, un ejemplar de nuestro pequeño hijo de papel. Nos sentamos en semicírculo, de derecha a izquierda, según el orden de intervención en el evento: Llum abre la comitiva, tras ella están algunos de los libros de segunda mano que venden en la librería; en la silla de al lado está Pedro; luego Carmen; Eli; Belén; Agustín; Mikel; Itziar y la última yo. Entre el público... caras amigas y conocidas con miradas de aliento y hasta de respeto nos miran. Trato de ver a alguno de mis amigos entre ellas, pero no logro encontrar a nadie. Intercambiamos opiniones y otros mientras tanto, posan con desparpajo ante la cámara de fotos, como si fuésemos autores ya consagrados. Es maravilloso estar aquí hoy.
El olor a café y té, inunda la estancia, también huele a libros, por supuesto. Estamos en un rincón dedicado en cuerpo y alma a ellos. La librería de Deusto es un altar a la literatura de los grandes y pequeños escritores. Es un privilegio estar aquí. ¡Puf! Tiemblan las piernas y las lágrimas asoman al borde de las pestañas por lo bien que lo están haciendo todos. Se leen algunos pasajes y la gente escucha embelesada. Por momentos el silencio se rompe con aplausos: es el aviso para que el siguiente de nosotros intervenga. Se cierra el ciclo, con alguna equivocación que otra en las lecturas, por supuesto mías. En el fondo se ha hecho muy corto... animamos a que los asistentes hagan preguntas o se atrevan a opinar sobre lo que han leído: no hay preguntas, pero hay un par de espectadores que intervienen. Son palabras generosas y gratificantes.
Pasamos al cava, yo sigo fiel a mi botellín de agua. El nerviosismo baja hasta los pies, he visto al fondo a dos de mis amigas. No las esperaba y eso me provoca aún más alegría, voy a abrazarlas. Nunca he sido de besos, pero creo que llego a dar dos sonoros besos a cada una. Sé que ha pasado ya lo peor, ahora con ellas al lado, me siento capaz de firmar libros o todo lo que se tercie.
El tiempo se pasa volando entre comentarios con unos y con otros, y la firma de libros a personas hasta entonces desconocidas para mí, pero de las que procuro recordar cada mínimo detalle del rostro para recordarlas siempre por su ciega confianza en nosotros. Es una sensación maravillosa. Procuro que cada dedicatoria sea distinta y bonita. Descubro que me sucede en este caso, como con las postales de navidad: la primera es siempre la más formal y seria, el resto son fluidas y cálidas. Menos mal que la primera en este caso ha sido para mi amiga Raquel (acaban de tomarnos por hermanas), y ya conoce de antemano mi eterna timidez. Entre risa y risa con ellas dos que sí son hermanas entre sí, la pluma vuela rápido sobre el papel donde plasmo mi firma y ello repercute en la caligrafía, también el hecho de hacerlo de pie, sin apoyar el libro en ningún soporte. Es halagador, ver a la gente haciendo cola para pedir que le dediques el libro. Hay incluso quien me pide que sea la primera en firmárselo: es el mayor de los honores posibles. Sorprendentemente, me siento segura: "en el fondo es más fácil esto de firmar que de hablar", pienso para mí. Siento que esto me gusta, pero prefiero la soledad al escribir. Nunca he sido persona de multitudes o tumultos.